La nueva película de Laura Mora es un relato tenso e intenso sobre la falta de oportunidades de la población colombiana, especialmente, los y las jóvenes. Una historia cruda en la que, desde el inicio, ya sabes el desenlace. Su directora misma lo dice, “es una película de fantasmas”. Aunque ya te esperas el final, la película deja poso en la conciencia y sus múltiples lecturas te persiguen durante días. Como un buen fantasma.
Tuve la oportunidad de verla en la Facultad de Ciencias de la Información de la UCM y como venía la directora, me parecía aún más interesante escuchar hablar a la creadora sobre su obra.
Escribo este artículo porque me parece que hay un aspecto de esta cinta que está pasando desapercibido. Creo que la película cumple un doble objetivo que a mí me parece apasionante y es lo que yo persigo con mi cine. Por un lado, Laura Mora como cineasta, se luce y cumple su objetivo personal de narrar una historia que le sale de dentro y eso para un artista es lo más. Ella lo decía así: “Mi primera película “Matar a Jesús” es mi primera peli y es autobiográfica, y los reyes del mundo es mi peli más personal”.
Y por otro lado, coge su meta personal y la extrapola a lo social y trata un tema tremendamente importante para la sociedad colombiana y para todas aquellas personas que hemos mirado (y admirado) de cerca el proceso de paz en este país y cómo el papel firmado sigue sin estar a la altura de la realidad social. A través de un hecho ficcionado: la restitución de tierras a la población desplazada por el conflicto armado, el protagonista se pasa toda la cinta persiguiendo el sueño de esa tierra prometida. Sin perder fe en el gobierno en ningún momento, inicia el viaje a esa tierra junto con sus amigos, mejor dicho, sus hermanos elegidos.
Un viaje crudo y duro
Nos topamos con el racismo, la delincuencia de unos jóvenes con un fondo puramente bueno, con la solidaridad y el colegueo… Es un viaje sobre todo sensorial donde Laura Mora contaba que ha jugado de forma paralela con el compositor musical y el diseñador de sonido porque la atmósfera envolvente de los sonidos de la selva se hace hilo musical, y de repente, ese temazo “Viaje al sur” de Los Prisioneros, que para ella ha sido banda sonora de su vida.
Obra maestra desde todas las perspectivas
La película, sin ser mi tipo de cine favorito, es una obra maestra desde el minuto 0. Y si oyes hablar a Laura de su metodología a la hora de rodar, te quitas el sombrero. Cuenta como en el entorno urbano de Medellín ha rodado prácticamente cámara en mano con un equipo pequeño que podía mimetizarse con el gentío de la ciudad. ¿Para qué? Para tener libertad de movimiento y plasmar la vibra propia de esta gran urbe. Y la vez, quiso como reto personal y como cineasta, enfrentarse también al rodaje en pura selva, en lo más rural. En zonas, incluso, peligrosas. Ella cuenta que se ha pasado viajando a esta zona de Colombia desde 2016 y eso le ha puesto en contacto con líderes ambientalistas y gente influyente de la zona, lo cual hizo que el territorio se le abriera en rodaje y no tuviera absolutamente ni un problema de seguridad. “La gente ya nos tenía cariño y lo que fue verdaderamente importante fue decir que veníamos a hacer una película de ficción”. La gente les preguntaba si este trabajo era para denunciar algo o si eran periodistas, pero cuando decían que era para hacer una película de ficción, sin problema… Y este dato me parece interesantísimo.
Para transformar conciencias, ¿es mejor documental o ficción? Lo importante es llegar a la patata
Para las personas que tenemos interés en influir, concienciar, sensibilizar sobre temas sociambientales, creo que una clave está en acudir a narrativas que nos resulten “ajenas” o “incómodas”, como la ficción. ¿Por qué? Porque es el lugar más habitado ahora mismo. Las series, las películas… son un vehículo para representar horizontes deseables. En el caso de Los reyes del mundo, es más bien una representación de lo que quiere denunciar Laura Mora. Ella dice que “está llena de esperanza, pero que la misma palabra lleva dentro la espera…y en esa espera hay cierta derrota” y sigue hablando sobre la actual situación política de su país. “Por primera vez, tenemos un gobierno progresista y una mujer afrodescendiente como vicepresidenta… al menos tengo curiosidad sobre cómo lo van a hacer, y eso ya es bueno, no saber qué va a pasar pero que al menos algo se mueve”.
Esta misma semana, se estrenaba el documental “Cuando las aguas se juntan”, el cual también tuve el placer de asistir en la Academia de Cine gracias a la invitación de CIMA (Asociación de mujeres cienastas en medios audiovisuales). Tremendo trabajo de documentación el de Margarita Martínez, su directora. Ha recopilado más de 40 testimonios de mujeres víctimas de violencia y, en su mayoría, activistas por la paz. Los testimonios están recogidos con honestidad por ambas partes, directora y participantes. Un ejercicio de confianza digno de aplaudir. Sin embargo, en mi humildísima opinión, se queda en la superficie. A pesar de los desgarradores testimonios y, aquí sí, CRUDA REALIDAD, te quedas con ganas de pasar un rato con alguna de las intervinientes, saber en profundidad qué miedos ha traspasado y qué motivaciones tuvo y tiene para seguir construyendo paz desde su cuerpo violado.
Y sin embargo, te llevas un atracón de información que a veces no te deja respirar las lágrimas de las 40 protagonistas.
Es importante respirar la historia
En Los reyes del mundo, respiras.
Es increíble la perpetua ambivalencia en toda la cinta. Como espectador estás caminando sobre una cuerda colgada de un abismo. Los protagonistas están delinquiendo… pero son buenos. Se abrazan todo el rato, hay compañerismo, son buena gente con la gente con la que se cruzan… ¡tienen motivos para delinquir! ¡yo también habría atracado a esos chulos de la feria!
Es una cinta oscura… pero hay luz de selva.
Es claustrofóbica… pero los protagonistas duermen al raso y están todo el rato al aire libre.
Son prisioneros de su precariedad… pero llegan a su destino libres, saltando y jugando por el camino.
Como dice su directora, “el mundo es una mierda, pero la vida es maravillosa”
Podría estar analizando cada escena de esta película y encontrar miles de lecturas posibles. Es una de esas pelis que siguen posándose en ti días después de haberla visto.
Pero lo que me interesa dejar claro aquí es el doble trabajo de Laura Mora: por un lado, realizar una película profunda sobre su propio viaje que le ha llevado a situarse como una de las cineastas más interesantes del panorama actual.
Y por otro lado, poner su granito de arena en el panorama social colombiano. Gracias a esta película, se ha abierto el debate sobre la eficacia del proceso de paz en Colombia, incluso nos llegó a contar que el Gobierno han adquirido una copia privada para visualizarla y efectivamente ver qué obstáculos habría que anticipar ante un posible ley de restitución de tierras a las personas afectadas por el conflicto armado.
Y por si fuera poco, desde el equipo de la película, se proporcionó atención psicosocial a los chavales que hicieron de actores para que vivieran la experiencia de rodar como algo importante en sus vidas, pero no como algo vital y evitar el efecto Hollywood en ellos (como les ocurrió a los protagonistas de “Slumdog millionaire”). De forma que, desde el inicio de la aventura se les cuidó especialmente. “De hecho, uno de ellos, durante rodaje, cuando no aparecía en escena le llamó la atención el tema luces y hacía de apoyo en iluminación. A día de hoy, está trabajando en un rodaje de una película como asistente de iluminación”. Se les ha hecho un acompañamiento para ver qué aventura quieren iniciar después de la realización de la película y bueno, otros dos de ellos han decidido volver a sus estudios.
Para mí este es el papel del cine: un vehículo para señalar una realidad que queremos cambiar o reconstruir y hacerlo de forma creativa, y a la vez, tratar de impactar positivamente en el entorno y en la sociedad.
Gracias Laura por demostrar que es posible hacerlo y por emerger como cineasta referente dentro del cine femenino.